Persona recorriendo el Camino en Santiago, España

Mudarse: vivir una vida sin remordimientos

Mientras mi madre reposaba en la cama del hospital, yo me preguntaba (una vez más) cuánto tiempo le quedaba. No podía evitar pensar lo injusto que era. Mi madre sufría de muchos problemas de salud, entre ellos el hecho de que estaba sometida a diálisis. Pero era temporal y le daba solo algunos días más de vida. El tiempo se agotaba.

Durante los últimos meses, en mis visitas semanales, hablamos sobre muchas cosas. Ella apenas tenía unos cincuenta años.

Le pregunté si tenía algún remordimiento. Quería saber, de modo que pudiera aprender de ellos.

Sin pensarlo dos veces dijo:

«Sí, vive la vida sin remordimientos. Mientras tus hijos estén bien, no hay necesidad de preocuparse por lo que los demás piensen. Haz lo que quieras con tu vida, porque nunca sabrás cuánto tiempo te queda. Siempre creemos que nos queda mucho tiempo, pero no es así. Créeme, no es así». Dicho esto, tomó mi mano derecha y yo me senté en el borde de la cama hasta que se quedó dormida.

Esa noche, mientras estaba acostada en cama en mi hogar, pensé en lo que mi madre me había dicho. Para ser sincera, las dos nunca tuvimos la mejor de las relaciones; sin embargo, una vez que enfermó, empezamos a pasar más tiempo juntas.

Ir de viaje, ¿yo sola?


Monumento estatua en honor a las personas que recorren el Camino

El año pasado, se me ocurrió hacer un viaje yo sola. Sentí que era algo que debía hacer para desafiarme a mí misma y para salir de la rutina en la que estaba atrapada por años.

Era una madre soltera con cuatro hijos y siempre sentía que nunca me alcanzaba para nada. Pero, hace poco, he notado que empezaba a estar amargada con el resto del mundo. Pensaba que no era justo que los demás pudieran costearse cosas que yo no podía. Ya estaba cansada de sufrir tanto, de pasar cada día en modo automático. Ya tenía suficiente. Había estado trabajando en el mismo empleo por muchos años, lo que me hacía sentir como si estuviera atrapada.

Mis hijos ya estaban creciendo. Entonces, supe que debía hacer algunos cambios. Lo bueno era que ellos ya no me necesitaban tanto. Por otro lado, ahora me sentía más perdida que nunca. Mi hijo menor tenía 16 años y el mayor 21.

Ya había investigado, con anterioridad, sobre un viaje que quería hacer. He viajado en avión solo una vez en vida, hace muchos años. En mi mente, deseaba hacer este viaje yo sola y hacer senderismo por España; en particular por un tramo hacia Santiago conocido como el Camino. La idea me parecía fascinante.

Le platiqué a algunas personas sobre el viaje, pero nadie creía que fuera una buena idea; ya que, en ocasiones, he tenido problemas con el simple hecho de ir al supermercado. Me molestaba cuando no tenían lo que estaba buscando; solo me quedaba regresar a casa y ordenar algo. Quizás este no era el momento adecuado para irme de viaje yo sola a un país cuya lengua no hablaba y en el que tampoco hacía senderismo. De hecho, ni siquiera tenía mucha experiencia haciendo senderismo. Y, para colmo, no tenía ni un centavo en mi cuenta de ahorros.

Noticias médicas inquietantes


Le comenté a mi madre mi sueño de viajar por el Camino yo sola. Ella rio y me recordó lo que me había dicho. Al principio, mi plan era hacer el viaje dentro de dos o tres años. Puesto que sería el momento perfecto; mis hijos ya estarían más grandes, además de que me daría tiempo de planificar todo y de mentalizar el desafío.

Poco después de la conversación con mi madre, recibí una noticia inquietante acerca de mi salud. Ahora estaba bajo tratamiento con medicación diaria que necesitaría por el resto de mi vida. Me costó aceptar la noticia; lo que me llevó a pensar que mi madre tenía razón: siempre creemos que nos queda mucho tiempo. Debía cambiar las cosas, así que no tenía tiempo que perder. Ya estaba cansada de que la vida me pasara por un lado y de tener miedo. Mi vida la controlo yo; por tanto, dependía de mí.

La semana siguiente, me decidí a viajar a España para atravesar el Camino. Partiría dentro de dos semanas, a finales de septiembre. Le mencioné a mi madre que me tomaría tres semanas. Viajaría desde León hasta Santiago, un poco más de 300 kilómetros. Mi objetivo era llegar a Santiago en la fecha del cumpleaños de mi madre, el 13 de octubre.

Antes de partir, tuve varias conversaciones con mi madre con respecto al viaje. Ella no podía creer que en realidad lo iba a hacer; yo tampoco lo podía creer. Si lo hiciera, sería la cosa más sorprendente que habría hecho en mi vida. Esta experiencia me pondría fuera de mi zona de confort.

Poniendo el plan en marcha


Durante los meses siguientes, seguí leyendo más y más acerca de la ruta, y poco a poco comencé a comprar los suministros que necesitaría. Empecé a ahorrar dinero y también vendí algunas cosas que ya no utilizaba. Así pues, dos semanas antes de mi partida, mi pareja me compró el boleto de avión. Mis hijos no podrían creer que en realidad lo iba a hacer. La realidad empezaba a evidenciarse.

El día llegó en el que partí para el viaje. Cada dos días me ponía en contacto con mi madre para saber cómo estaba; se sentía mejor con solo escuchar mi voz. Una vez a la semana, hablaba con cada uno de mis hijos por teléfono. Pude hablar con ellos por más tiempo, pero necesitaba toda mi fuerza física y emocional superar cada día. El día más corto fue de 9 kilómetros y el más largo fue de 25.

Hacer frente a las dudas sobre sí mismo


Persona recorriendo el Camino en Santiago, España

Para ser sincera, al tercer o cuarto día del viaje, ya estaba empezando a tener dudas sobre mí misma. Comencé a preguntarme qué me había motivado para llegar hasta aquí. Quería seguir adelante, pero no creía que tuviera fuerza suficiente, tanto física como mental. Recuerdo haber escrito en mi diario que era difícil y que pensaba que podría terminar.

Pensé en alojarme en un hotel y de explorar la ciudad por el resto del transcurso que me quedaba en España. No lo sabría nadie, excepto yo. Sin embargo, sabía que si no seguía adelante, lo lamentaría por el resto de mi vida.

Para mí, esto representaba una oportunidad única en mi vida. Me había costado todo lo que tenía, en muchos aspectos diferentes, para llegar hasta aquí. Así que solo tenía una oportunidad, y tenía que hacerla valer.

Y lo logré. Hubo muchos momentos en los que quise darme por vencida; aun así, algo dentro de mí me decía que debía continuar, debía completar el trayecto. Debía llegar hasta Santiago caminando.

Mi viaje había concluido y mi nombre fue plasmado en un certificado especial que luego me otorgaron. ¡Por fin, lo había logrado!

No llegué a Santiago el 13 de octubre, como tenía previsto, sino el 14; fecha del aniversario del trasplante de riñón de mi madre. Para recibir el certificado que otorga la iglesia por haber completado el recorrido, debía hacer una fila por más de dos horas para enseñar el pasaporte de peregrinaje. Este último contenía un sello de cada albergue en el que me hospedé como prueba de que, en efecto, había hecho el viaje.

Me encontré con personas a las que había visto al comienzo del recorrido y se sorprendieron gratamente de verme. Fue una buena sensación.

Inspeccionaron mi pasaporte a fondo antes de estampar el último sello de aprobación de parte de la iglesia. Mi viaje había concluido y mi nombre fue plasmado en un certificado especial que luego me otorgaron. ¡Por fin, lo había logrado!

Me sentí como si fuera otra persona: completa, viva y como una verdadera persona. Este era el comienzo de un nuevo capítulo de mi vida.

Compré un boleto de regreso; no obstante, mi vuelo no salía sino hasta dentro de un par de días. Entonces, decidí tomar un autobús y visitar Braga (Portugal). Durante mi estadía allí, visité varios cafés y escribí en mi diario. Por último, reflexioné sobre mi recorrido.

Gratitud, integridad y cambio


La última noche antes de partir, todas esas experiencias me impactaron de un solo golpe mientras me estaba duchando. Justo ahí, comencé a llorar sin control. Me sentí abrumada por todo lo que pasé. Sin embargo, solo me sentí grata, completa, bendecida y viva. Ya no me sentía inservible.

Todo eso sucedió hace 5 años. Desde entonces, he cambiado de empleo, me inscribí en la universidad e incluso llegué a escalar el monte Everest.

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imagen 1: Wikimedia Commons; imagen 2: Wikimedia Commons

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